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De polo de desarrollo a museo: Esto es lo que podemos aprender de Venecia

Año a año sigo con preocupación cómo nuestro país ha ido bajando en el Índice Global de Innovación, que prepara todos los años la Organización Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI). Hace nueve años estábamos en la posición 34; en la edición 2019 estamos en el número 51. Existe cierta correlación entre el PIB per cápita y la posición en el ranking. Sin embargo, 11 economías con un PIB per cápita inferior al de Chile nos superan en el ranking. Es decir, lo están haciendo mucho mejor en Innovación dado su nivel de desarrollo actual. Según nuestro PIB per cápita deberíamos estar por lo menos en la posición 40.

El Índice mide seis pilares divididos en dos grupos. El primero son los “Input”, es decir, las capacidades que el país tiene en Instituciones, Capital Humano e I+D, Infraestructura, Sofisticación de Mercado y Sofisticación de Negocio. Por otro lado, mide los “Output”, es decir, lo que el país obtiene como resultado de sus esfuerzos relativo a Conocimiento, Tecnología y Creatividad. Por supuesto que no existe una sola razón para seguir perdiendo terreno en este ranking. El desafío es multivariable. Algunas de nuestras debilidades más grandes están en Capital Humano, Inversión en I+D y la baja sofisticación de nuestro mercado interno.

¿Por qué algunas economías prosperan y otras no? ¿Por qué existen economías exportadoras de conocimiento y tecnología y otras no? Siempre estoy tratando de entender mejor la razón por la cual a algunos países les va tan bien en innovación y emprendimiento y a otros tan mal. Así es que me leí un libro que hace mucho tiempo tenía en espera: “Why Nations Fail?: The Origins of Power, Prosperity and Poverty”, publicado en 2012 por los economistas Daron Acemoglu, profesor de economía en el MIT, y James A. Robinson, profesor de economía de la Universidad de Harvard. La principal tesis del libro es que es el tipo de instituciones que rige un territorio las que harán al mismo prosperar o no. El libro está lleno de historias bien documentadas de países y sociedades exitosas y fracasadas económicamente. Con esto, descartan varios mitos sobre el desarrollo y la pujanza de las naciones, como que esto se debe a la cultura, la geografía o la religión.

Una de las historias que más me gustó es sobre cómo Venecia se transformó en un museo. En la segunda mitad de la Edad Media gran parte del comercio entre Asia y Europa pasaba por Venecia, lo que dio a ese ducado gran prosperidad. Una de las principales causas de la expansión económica de Venecia fue una serie de innovaciones contractuales que hicieron que las instituciones económicas fueran mucho más inclusivas. La más famosa: la commenda, instaurada en el año 950. Consistía en un acuerdo comercial regulado por las leyes de Venecia que permitía a dos socios -uno sedentario que se quedaba en Venecia y otro que viajaba- crear una sociedad por acciones rudimentaria por una única misión comercial. En dicho contrato existían dos posibles acuerdos: en el primero, si el inversionista ponía el 100% del capital, éste se quedaba con el 75% de las ganancias, mientras que el “emprendedor” se quedaba con el 25% restante. Si el socio sedentario (inversionista) ponía el 67% de la inversión inicial, las utilidades se distribuían 50 y 50. Esta innovación institucional logró atraer a Venecia a cientos de jóvenes emprendedores con ganas de hacer fortuna, lo que trajo como consecuencia más de 400 años de crecimiento y prosperidad.

En 1330 Venecia era un polo estratégico en medio de Mediterráneo. Era tan grande como Paris y probablemente tres veces mayor que Londres. Sin embargo, Venecia estaba sometida a una gran tensión. El crecimiento económico al que le daban apoyo las instituciones venecianas iba acompañado de creación destructiva, un concepto propuesto por el economista austriaco Joseph Alois Schumpeter en su libro de 1911 “La Teoría del Desarrollo Económico”. En él describe el proceso de innovación que tiene lugar en una economía de mercado, en que los nuevos productos destruyen viejas empresas y modelos de negocio. Para Schumpeter, las innovaciones de los emprendedores son la fuerza que hay detrás de un crecimiento económico sostenido a largo plazo, pese a que puedan destruir en el camino el valor de compañías bien establecidas. Cada nueva ola de emprendedores que se hacía rica en Venecia reducía el poder económico y político de los “incumbentes” ya establecidos. Esto trajo consigo la presión de estos grupos de poder que se vieron afectados con la inclusión de nuevos emprendedores. Así, esos grupos impusieron “La Serrata de Venecia”. Se prohibió el uso de los contratos de commenda, una de las innovaciones que había hecho próspera a Venecia, cerrando la puerta a nuevos emprendedores. Luego se monopolizó y “estatizó” todo el comercio, lo que finalmente terminó sellando su declive.

Hoy Venecia no es ni la sombra de lo que fue en esa época. ¿Qué les pasó? En simple, comenzaron a cambiar sus instituciones económicas inclusivas por instituciones económicas extractivas. Se limitó la entrada de nuevos emprendedores y se concentró el poder en unos pocos. Esto condujo a que Venecia perdiera su relevancia como punto central del comercio entre Asia y Europa. Venecia podría ser hoy una de las ciudades más importantes del mundo. Sin embargo, los venecianos se deben conformar con solo vender helados, pizzas y souvenires a los miles de turistas que año a año la visitan para ver lo que quedó de esa gloriosa época pasada.

No hay duda de que Chile es un país libre, donde se puede emprender y tenemos certeza de que las reglas no van a cambiar en beneficio de unos pocos. Sin embargo, siempre debemos revisar y perfeccionar nuestras instituciones para que permitan fomentar la competencia y el emprendimiento. Innovar es una actividad a todas luces riesgosa. Son pocas las historias de éxito. Si no contamos con instituciones económicas y políticas que aseguren la libre competencia y no den ventaja a los “incumbentes” de una determinada industria, el incentivo a innovar y emprender será muy bajo y con eso estaremos sellando nuestro destino, limitando nuestro potencial de crecimiento, libertad y prosperidad.

Columna originalmente publicada en El Libero el 2 de agosto de 2019